Doña Inés de Vargas y Don Diego Martínez son dos enamorados toledanos que descienden de familias hidalgas venidas a menos. Él parte con los Tercios de Flandes para combatir como soldado. Ella queda triste y desconsolada pero antes de la partida de Diego han mantenido relaciones junto al río y ella le pide que le jurara que a su vuelta de la guerra contraerían matrimonio y Diego se lo jura en el paseo que les ha llevado hasta la Vega.
Diego vuelve con los galones de capitán de los Tercios pero cuando Inés se lo encuentra, Diego, espolea el caballo y huye de la vista de su antigua amada. Ante la afrenta Inés se planta en casa de los Martínez pero los criados la echan a la calle siguiendo las instrucciones del Caballero.
La joven acude al Gobernador para pedir justicia por haber sido deshonrada por Diego antes de su marcha y por haber, el Caballero, hecho la promesa de matromonio. El Gobernador ordena llamar a Diego quien acude raudo a la cita pero niega los hechos.
El Gobernador pregunta a Inés si hay testigo de ello contestado afirmativamente porque su testigo es el propio Cristo de la Vega.
El juez toma una decisión que consiste en ir en comitiva a donde está el Cristo.
Cuando la comitiva inició la bajada hacia la vega, iba en cabeza D. Pedro, tras él, D. Iván de Vargas y su hija, los alguaciles, escribientes, monjes, hidalgos y casi todo el pueblo toledano. El resto, entre los que se encontraba D. Diego, estaba esperando a la puerta del Cristo de la Vega, ya que la noticia se había extendido como un reguero de pólvora ardiendo.
Dentro del templo se encienden 4 cirios ante la imagen y todos rezan arrodillados. Don Pedro se levanta llevando ante la imagen a un lado a Doña Inés y al otro lado a Don Diego.
En voz alta pregunta a la imagen de Cristo:
” ¿ Jurais que es cierto que un día Don Diego, ante Vos, juró tomar por esposa a Doña Inés ? “
El silencio y la expectación son inenarrables cuando de pronto la mano derecha de Cristo se desprende de la cruz desenclavándose y con voz clara dijo: ” Sí, lo juro “.
Los presentes quedaron anonadados ante lo presenciado y desde entonces el Cristo de la Vega permanece con su brazo desprendido de la cruz y sus labios entreabiertos.
El matrimonio no se celebró y Doñá Inés y Don Diego ingresaron de por vida en un convento.