Hubo una iglesia visigoda, en tiempos del Rey Atanagildo, extramuros de la muralla romana sobre la que se asienta ahora la Calle de Alfileritos, en la cual se veneraba a un Cristo al que se le besaban los pies. Un día, un judio, untó veneno en los pies del Cristo y el propio Cristo retiraba los pies cuando los cristianos acudían a besarlo, cosa que, naturalmente enfureció al judio. En una noche oscura se arriesgó a llegar ante la imagen clavando una pica en el costado por el que comenzó a brotar la sangre. Asustado decidió llevárselo y enterrarlo en un basurero que había a la salida del barrio judio. Por el resto de sangre que dejó por el camino se pudo detener a esta persona que fue ajusticiada.